Sé muy poco sobre historia. Todo lo que sé lo he buscado, o lo leo en internet, o en los libros. O por lo que me enseñaron en el colegio. Cuando yo era pequeña, aún quedaban algunos profesores conservadores. De esos que te daban en la cara, de esos que no hablaban catalán en Barcelona o que enseñaban lo que les daba la gana. Pero hubo otros que sí fueron muy buenos. Es curioso ver cómo las cosas mejoran con el tiempo.
Cuando digo conservadores me refiero al recuerdo que tengo de una profesora de historia que dedicó un cuatrimestre a la Revolución Francesa pero dos días a la Guerra Civil Franquista, porque supongo que a ella (por la edad que tenía, ya para jubilarse) le habían enseñado así. Cuando hablo de alguien repartiendo tortas, me acuerdo sobre todo de una monja que curiosamente se llamaba Piedad; y sin embargo, hubo otras monjas buenas, aunque fueran monjas, recuerdo a una que se hizo misionera de las de verdad. ¡Y recuerdo el miedo que le tenía al cura! Era tuerto, pobre hombre.
En el instituto fueron mejorando mis expectativas. Las profesoras de historia, por suerte, explicaban la materia de manera entusiasta, lo que incitó mi interés hasta el punto que hoy es de las materias que más me gusta. Una de ellas, la de arte, al final de curso nos preguntó a todos los alumnos, qué nos había parecido, y qué cabría mejorar (a mí personalmente me faltó historia de la música). Esto es algo que deberían hacer todos los profesores entusiastas por enseñar. La de literatura nos obligó a leer el Quijote, dedicábamos horas de lectura en clase. Al final de curso nos preguntó lo mismo, y en vista de que la mayoría de las respuestas hacia este libro eran positivas, ella iba obligando a cada curso su lectura y explicó, si un día mis alumnos se quejan en mayoría lo retiraré de mi programación.
En la Universitat me alegré de conocer a un tipo emocionante que nos explicó Historia de Cataluña, desde el punto de vista más objetivo posible (por la edad que tenía, había sufrido las consecuencias del Régimen, en Barcelona). Su nombre era curioso porque incluía una inicial al final, cuyo significado reveló el último día de clase, cuando, uno por uno, fué nombrándonos a los ochenta alumnos, por nombre y apellidos, cumpliéndo su promesa de aprenderse a cada uno de nosotros a partir de una foto de carnet. Al terminar la clase, nos dejaba siempre con una duda que iba a revelar al día siguiente... Era una mierda hacer campana.
1 comentario:
Sobre el tipo emocionante de la universidad, acabo de decidir revelar su nombre. Se trata de Cristòfol-A. Trepat i Carbonell, a parte de profesor universitario era un amante de la música de Jazz y autor de varios libros en didáctica de las ciencias sociales. He aquí mi pequeño homenaje!
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