lunes, 25 de agosto de 2008

Kerala

Vasco de Gama llegó a la costa Malabar en 1498 siendo la primera persona en navegar a la índia desde Europa, y en Kochín estableció su colonia, además del estado de Goa, instauró la hegemonía marítima portuguesa en la zona. En Kochín, la primera fábrica portuguesa en Asia. Su primer viaje pareció señalar una vía de comercio tranquilo en India pero pronto derramó masacres en su intento de monopolizar el comercio de especies. Kochín se ha visto después invadida también por los Británicos más tarde, en el siglo XVII, un imperio con el mismo afán conquistador o aún peor. Antes de los mencionados, esta tierra del sur de India había sido habitada ya hacía muchos años, por diferentes civilizaciones y religiones. Pero históricamente es verdad que incluso sus colonizadores han quedado siempre anonadados de la heterogeneidad índia, y han encontrado en ella siempre un lugar donde asentarse. Y es que India puede presumir como ningún otro país de una variedad en gente, idiomas, religión, gastronomía, filosofías y paisajes que la confinen como uno de los países más exóticos del mundo, un mosaico de culturas que despierta un enorme interés desde el primer día. En Kerala, además, nunca se ha perdido la calma entre tanta diversidad, siempre fue y será la cara feliz de India. Ellos mismos son conscientes de ello.

Es precisamente uno de los estados que más me ha gustado de la índia, por su belleza y su tranquilidad, Kerala. De algún modo es por eso que se le llama la India Tranquila. De ella sólo vimos Kochín y Allepey, y no todo lo que pretendíamos ver, porque nos faltó tiempo. Pero fue lo suficiente para llevarme un recuerdo imborrable, no sé si en parte quedé maravillada por las ganas que tenía de visitar esta zona, que me ha parecido de una belleza paradisíaca, tan o más sorprendente que la viví el año pasado en plena selva tailandesa, creo que Allepey y Kochín la han superado.


El trayecto hasta la costa de Fort Kochín desde que aterrizamos en Bangalore hacía cuatro días fue un largo y pesado viaje en autobús, trenes y taxis, y un camino bastante ajetreado por el que pasamos por la pequeña ciudad de Mysore, cuyo encanto se palpa de inmediato al llegar. Cuando por fin divisamos el mar, desde el coche que nos acercó a la zona de Fort Kochín, el pueblecito pesquero que había imaginado cien veces cuando leí El diós de las Pequeñas cosas, sentí una sensación de alivio y bienestar inigualable! Kochín es tan bonita o más como la han descrito ya en muchas ocasiones, de paisaje tropical, se ha creado encima de las islas que no ha podido inundar el mar con sus brazos de canales que se adentran en otras zonas más sureñas, como Allepey. No le faltan increíbles árboles gigantes y palmeras, y en la playa, los pescadores con sus redes enormes siguen la misma tradición de pesca que se instauró por los chinos en el siglo XV -con un curioso sistema de contrapeso en el que se necesitan más de cinco hombres-; sus puestecillos de maricos asados, una riquísima gastronomía que debe en parte, su influencia de Portugal, restaurantes y pequeños puestos de collares y vestidos. Habían más cabras que tuck-tucks en la zona de Fort Kochín, y algunas vacas, como es común en el resto del país. Recibimos una cálida bienvenida por parte de su gente, de una increíble hospitalidad y calma. Y sentí una paz que no había visto en ningún otro lugar de este emblemático país, en Kerala no existe la aglomeración de gente y de tráfico, existe una tranquilidad casi budista, como si estuvieramos en una isla, ajena al caos continental... Entendí porque Kerala se ha considerado históricamente como el estado más avanzado de índia, el primero en permitir a la mujer el derecho a votar, el único estado comunista con la izquierda en el poder. El turismo en Kerala es crucial económicamente y es el principal motivo para su desarrollo, pues bien, todo un placer visitarla.





Imágen típica de Kochín, la silueta que forman en la costa sus redes chinas.





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En algún momento me distraje, me caí del mundo, y ahora no sé por dónde se entra.

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