"El curso escolar 1938-1939 fue el último de mi Bachillerato y coincidió en su final con el final de la guerra civil. Cada vez era yo más feliz, más llena de amistad, de emoción con los asuntos amorosos de mis amigas (siempre me han interesado muchísimo las historias de amor de los demás, no como chisme, sino como enriquecimiento mío) y mi libertad sobre el fondo oscuro y de tormenta de rayos y truenos de mi casa familiar. Pero te juro: lo que yo he recordado siempre es aquel sentimiento vital que tenía yo. Muchas veces me iba andando desde mi casa a las Palmas. No seguía los diez kilómetros de carretera. Como era montaña, yo cortaba por atajos, en parte porque la caminata se reducía así de diez kilómetros a cinco o seis, pero, sobre todo, porque por la carretera siempre paraba algún automóvil de gente conocida para invitarme a subir. Yo era una chiquilla sensual en el placer que me daba simplemente estar viva, recibir el sol o la lluvia, o nadar en el mar, etc... Cualquier fenómeno natural -una tormenta o un amanecer, etc- me resultaba un espectáculo increíble. No he vuelto a leer desde hace mil años La Isla y los Demonios, pero tengo idea de que copié allí algunos trozos poéticos que escribí a los dieciséis años. Creo que son muy malos, pero pensé meterlos porque en el libro hay una chica de dieciséis años que sin ser yo, en algunos aspectos es mi contrafigura en aquella edad... (lo mismo que sucede con Andrea en Nada)".
Carmen Laforet (1921-2004).
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