Los poemas no se parecen a los cuentos, ni tan siquiera cuando son narrativos. Todos los cuentos tratan de batallas, de un tipo o de otro, que terminan en victoria y derrota. Todo avanza hacia el final, cuando habremos de enterarnos del desenlace. Indiferentes, los poemas cruzan el campo de batalla, socorriendo al herido, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y sin embargo, la promesa no es la de un monumento (¿Quién quiere monumentos en un campo de batalla?) La promesa es que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, que lo pedía a gritos. Los poemas están más cerca de las oraciones que de los cuentos.
(...)
Mi corazón nació desnudo
y fue envuelto en canciones de cuna.
Más tarde, ya solo, llevó
poemas por ropa.
A modo de camisa
cubrían mi espalda
los poemas que había leído.
Así viví durante medio siglo,
hasta que nos encontramos y no hubo necesidad de palabras.
Por la camisa colgada en el respaldo de la silla
Sé esta noche
Cuántos años
De aprender de memoria
Te he esperado.
***
"Una vez en un poema"
Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.
John Berger.
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