martes, 13 de enero de 2009

El tesoro de Jordania



Petra debe su esplendor a la paciencia artística de los nabateos del siglo II a.C, que vivieron aquí después de los edomitas y se dedicaron en cuerpo y alma a esculpir en la roca las más bellas formas arquitectónicas conservadas. Era entonces una ciudad de paso de todas las rutas de caravanas comerciales de incienso y especias desde Arabia, Egipto y Siria y el sur del mediterráneo.
La gente vivía dentro de pequeñas cuevas esculpidas con fachadas, y disponían varios templos, tumbas de dioses y reyes, un teatro, un altar para los sacrificios y un gigantesco monasterio que aún hoy día se conserva, en lo alto de una montaña. Después llegaron los romanos, que dejaron sus huellas de columnas y anfiteatros, una plaza con un templo y un centro de ciudad como diós manda. Luego los bizantinos. Y durante mucho tiempo Petra había sido olvidada, conocida sólo por los beduinos de alrededor, hasta que un día fué redescubierta para el mundo occidental por un explorador suizo en 1812 que se convirtió al islam, Johann Ludwig Burckhardt.

Aunque éste sea el edificio más famoso de Petra, cuyas columnas corintias y formas en la fachada de piedra aún no me explico, no es el único que te deja sin respiración. Petra es con razón, una de las Siete Maravillas.
Y el monasterio:


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En algún momento me distraje, me caí del mundo, y ahora no sé por dónde se entra.

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