... Entonces, para que Estha y Rahel tuvieran un sentido de la perspectiva histórica (aunque perspectiva fue justamente lo que le faltaría, y mucho, a Chacko, durante las semanas siguientes), les habló de la Señora Tierra. Les dijo que imaginaran que la Tierra - que tenía cuatro mil seiscientos millones de años- era una mujer de cuarenta y seis años, tan mayor, dijo, como la señorita Aleyamma, que les daba clases de malayalam. A la Señora Tierra le habia llevado toda su vida convertirse en lo que era. Separar los océanos. Levantar las montañas. La Señora Tierra tenía once años, dijo Chacko, cuando aparecieron los primeros organismos unicelulares. Los primeros animales, criaturas como los gusanos y las medusas, no aparecieron hasta que tenía cuarenta años. Ya tenía más de cuarenta y cinco (de éso hacia apenas ocho meses) cuando los dinosaurios empezaron a deambular por su superficie. -Toda la civilización humana, tal y como la conocemos -les dijo Chacko a los gemelos-, comenzó hace apenas dos horas en la vida de la Señora Tierra. El mismo tiempo que nos lleva ir en coche de Ayemenem a Cochín. Chacko dijo que era algo sobrecogedor y una lección de humildad (*humildad* era una palabra preciosa, pensó Rahel:
Ir con humildad por el mundo sin ninguna preocupación) pensar que toda la historia contemporánea, las Guerras Mundiales, la Guerra de los Sueños, el hombre en la Luna, la ciencia, la literatura, la filosofía, la búsqueda de conocimientos, no fueran más que un leve pestañeo de los ojos de la Señora Tierra.
-Y, por lo que respecta a nosotros, queridos míos, todo lo que somos o lo que podamos llegar a ser no será nunca más que un destello en los ojos de la Señora Tierra -dijo Chacko en tono grandilocuente, tumbado en la cama y con la mirada clavada en el techo.
El Diós de las Pequeñas Cosas,
Arundhati Roy.